jueves, 20 de agosto de 2009

La Luna del Cazador

CAPÍTULO UNO

El sonido de las bolas al chocar unas con otras resultó anormalmente fuerte aun tratándose de una de las mesas de billar de O´Sheas, uno de los bares más cutres de Saint Paúl el vecindario más cutre de cuantos se contraen el área metropolitana de Boston Mass.

Cristina supo al momento que los hermanos Varek hacían uso del billar. Levantó el cuello por encima de las mesas para echar un vistazo, ese era un espectáculo que cualquier mujer con sangre en las venas apreciaría: Los cinco eran altos hasta resultar intimidantes, fuertes, fibrosos con caderas estrechas, espaldas anchas, piernas musculosas y antebrazos dignos de un jugador de baseball de grandes ligas, tan espectaculares de cuerpo como de rostro con esplendidas cabelleras oscuras resultaban atractivos pero amenazadores.

Las sombras oscuras y altas y un segundo chasquido le dieron la razón.

Sip…Debían ser ellos, era los únicos capaces de golpear las bolas hasta casi triturarlas.

Al instante lanzó una leve mirada al espejo de la barra para examinar su labial. Lanzó una soterrada palabrota al ver que se le había corrido. De cualquier forma no había mucho que pudiera hacer. No cuando hacía malabares con un par de bandejas llenas de vasos, jarras de cerveza.

Apresurándose a servir las mesas que le correspondían sin apenas fijarse en donde dejaba los pedidos, miraba de reojo el mal iluminado rincón en donde cinco enormes hombres jugaban billar con la maestría de un profesional y la hostilidad de un asesino.

Las enormes siluetas se destacaban aun entre los clientes habituales de O´sheas en donde los tipos de aspecto rudo no faltaban, sus musculosos cuerpos y sus actitudes de no-te-conviene-meterte-conmigo destacaban aun en medio de la habitual clientela de excon y maleantes que pululaban en el local.

Los cinco significaban problemas con P mayúscula tan claramente que incluso los tipos mas salvajes evitaban acercarse a ellos.

Apenas se libró de sus deberes Cristina mordisqueó ligeramente sus labios para darse un poco de color, se alisó la minifalda negra y observó el escote de la blusa. Sus pechos destacaban bien en el negro aun así los acomodó buscando que se elevaran, miró con ojos criticó el efecto y se dirigió contoneándose hacia los Varek.

Al acercarse no pudo evitar suspirar internamente cuando uno de los cinco- el más apuesto de ellos- inclinó sobre la mesa exhibiendo un culo digno de rebotar una moneda encima de lo firme que lucía enfundado en mezclilla desgastada.

En honor a la verdad no sabía cual de esos especimenes estaba en mejor forma: el de los ojos dorados y temperamento explosivo que siempre tenía esa expresión de odio intenso, el elegante que parecía estar al tanto de todo lo que ocurría, el esbelto de la sonrisa de ángel pero que se enfrascaba en peleas como demonio, o el de los ojos verdes que algunas veces le sonreía con amabilidad y siempre dejaba buenas propinas o incluso el que tenía el tipo de asesino a sueldo pero que nunca levantaba la voz.

Los cinco le gustaban a su pesar, el aura de violencia y peligro que los rodeaba era absolutamente excitante, verlos jugar billar la ponía a cien, tanto que cada vez en la que ellos dejaban caer en el bar la noche de Cristina terminaba en una cita con su vibrador,

De cualquier manera nunca había intentado hablar con ellos, esa punzada de miedo y deseo desataban algo primitivo en su interior, alguna clase de cobardía -¿prudencia?- que la llevaba a mantener las distancias.

Sin embargo había decidido que esa noche sería diferente, estaba dispuesta a hablarles y si se sentía con ánimos podría terminar con alguno de ellos en la cama.

Rodando las caderas hasta casi desencajárselas se acercó a ellos con la libreta en mano lista para tomar sus órdenes.

-¿Hay algo que desees?- preguntó descarada mirando directamente al tipo de los ojos increíbles. Sip pensó Cris el mote de “ojos dorados” le quedaba como anillo al dedo.

“Ojos dorados” permanecía reclinado contra la pared con los musculosos antebrazos cruzados con indolencia sobre su pecho, en la derecha sujetaba una botella de Corona. Sus ojos dorados brillantes como topacio se fijaron en ella con intensidad. Cris sintió lo mismo que una cebra evaluada por el león cuando la recorrió de arriba abajo desnudándola con la mirada. El vello se le erizo cuando una sonrisa perversa se formo en su cruel pero agraciado rostro. No respondió de inmediato, el hombre tomó un sorbo de la cerveza antes de decir –Aun eres joven para lo que tengo en mente- con voz sombría.

En la mente de Cristina se formaron imágenes oscuras y eróticas de ella misma siendo tomada por esos cinco hombres a la vez, los pezones se le endurecieron mientras se imaginaba a si misma con la espalda sobre el paño verde de la mesa de billar, la falda hasta la cintura y a Ojos Dorados profundamente enterrado en ella.

A pesar de no ser ninguna ingenua, Cristina se sonrojó violentamente, la cabeza le dio vueltas, al pensar en como se sentiría tener a dentro a ese ejemplar. Su intuición le decía que la clase de sexo que él practicaba seria duro, sucio y peligroso. Un escalofrió de aprensión le recorrió el cuerpo, quizás Ojos Dorados tuviera razón. No estaba lista para él.

Un par de grandes manos le rodearon la cintura desde atrás, el calor las ásperas palmas se filtro por la delgada tela de la blusa y pareció quemarle la piel, Cristina estuvo segura que le quedarían las marcas. Una voz ligeramente ronca ronroneó contra su oreja – Creo que si hay algo que deseo.

Las bragas de Cristina se humedecieron ante el tono, los pechos se le pusieron duros y pesados, su sexo pulsó como si deseara ya sentir esa potencia.

Era mejor correr, su intuición decía que si accedía a cualquier cosa que le pidieran sería su fin, para salvar su vida debería poner distancia entre esos hombres y ella. Resultaba mas segura su sección con el vibrador aun cuando fuera infinitamente menos satisfactoria que la sensación de uno de esos cuerpos grandes y pesados aplastándola contra el colchón, dando un ligero manotazo apartó las calientes manos y miró hacia atrás con un descaro que no sentía.

-Lo siento – a pesar de su bravata Cristina dio un paso hacia atrás al dar la vuelta y encontrarse de frente con la deslumbrante sonrisa del esbelto de los ojos bonitos – Únicamente esta disponible el menú.

La sonrisa del hombre se hizo aun más grande, sin un asomo de recato volvió a colocar la mano sobre la cintura de Cristina y tiró levemente de ella, no tanto como para pegarla a su cuerpo pero si lo suficiente para asustarla y elevarle la temperatura, al sentirse cerca de esa pared de músculos.

-Es una lastima- dijo dejándola ir – podríamos aprender algunas cosas juntos, pero ya que no te agrada la idea… traé un par de jarras de cerveza.

Acto seguido el hombre se dio la vuelta con el taco levantado para inclinarse de nuevo contra la mesa y dejarle ver su perfecto culo.

Mierda, eso me pasa por jugar con fuego, pensó Cristina alejándose de la mesa antes de que cambiara de opinión y en verdad se subiera a la mesa.

-Un consejo- gruñó a su paso el tipo con aspecto de matón profesional montado al revés en una silla y cuyos musculosos antebrazos reposaban en el respaldo en una exhibición de poderío – No te pongas en la banca si no tienes la intención de jugar-le lanzó una breve mirada que hizo que la sangre de Cristina se le helara en sus venas. Esos ojos pensó con un escalofrío, esos ojos estaban vacíos, total y absolutamente indiferentes, moviéndose ágilmente para pasar entre las mesas, pretendió no haber escuchado sus palabras, se alejó de esos cinco problemas tan rápido como pudo aunque sintiendo en el fondo una leve punzada de arrepentimiento. Suspirando llegó a la juiciosa conclusión tenido suerte al escapar entera.

Dragos observó la nada graciosa retirada de la mesera sonriendo con ironía, ella era predecible, al igual que el resto de los humanos, todos reaccionaban ante su imagen pero retrocedían al percibir a la bestia en su interior. Estaba enojado sin causa aparente y la actitud de la mesera no ayudaba mucho.

Bebiendo un trago de la fría cerveza observó a sus hermanos reunidos como cada noche.

Luncan colocaba tiza sobre un taco, intentando por enésima ocasión vencer a Ilie en una partida de billar, algo que no había logrado en 30 años.

Dragos observó a los dos hombres, con sus cabelleras oscuras y ojos de un extraño tono azul ártico, pasaban por gemelos, por supuesto uno-Ilie- vestido impecablemente con lo último de la temporada de Abercrombie y el otro-Luncan – con el aspecto de nómada de carretera. Salvo ese detalle se veían tan similares entre si como diferentes a los humanos comunes, Dragos tenía que admitir que resultaban atractivos así no era de extrañar la reacción de la camarera.

A un lado Ioan flirteaba con una chica, la mujer, una rubia descerebrada ataviada con un top rojo tan diminuto que casi dejaba escapar sus pechos y una mini que era más bien un cinturón ancho. La chica reía como una tonta y sacudía el cabello como si tuviera un tic nervioso. Los ojos de la rubia examinaban la ropa, el elegante y cuidado aspecto y el evidente lujo de Ioan con una mezcla de lujuria y avaricia. Hablando de pecados capitales.

En cuanto a Mihai este permanecía callado mirando a la mesa. Sus ojos grises tenían la dureza del acero y la calidez del hielo, no parecía interesado realmente en el movimiento de las bolas, ni en las meseras o tan siquiera en algo, el vacío que irradiaba alejaba a cualquiera lo suficientemente tonto como para cometer la estupidez de atravesarse en su camino.

Los cinco eran lo último que quedaba de su Lagh y pese a no ser propiamente hermanos -excepto Luncan y él mismo- estaban unidos por un lazo que no podía romperse. Ellos eran una jauría, mermada y disfuncional -como la mayor parte de las familias- pero jauría al fin. Y a juzgar por su éxito reproductivo sería también la ultima. Como parte de la misma manada sus vidas estaban entrelazadas como lo habían estado la de sus padres y sus abuelos y como lo estarían las de sus hijos si alguna vez los hubieran tenido.

Lo que antes fue un orgulloso linaje estaba reducido a unos cuantos miembros desperdigados por el mundo condenados a la extinción en cuanto murieran ellos.

Siempre era igual. Fueran a donde fueran siempre los humanos los trataban como proscritos aun sin saber realmente lo que eran. Ese pensamiento produjo una burbuja de ira en pozo de brea de resentimiento que siempre hervía bajo la superficie de su piel.

Los odiaba. Realmente lo hacía, sus sentimientos hacia esos hijos de perra no habían disminuido en cien años y estaba muy seguro que no existía poder que los cambiara.

Tomó otro sorbo de la Corona, mientras observaba distraídamente como Ilie y Luncan intentaban destrozar las bolas, con una concentración digna de una cirugía cardiotoraxica.

Dragos sintió envidia, ellos por lo menos se concentraban en algo. Quizás si él fuera capaz de dedicarse a algún pasatiempo con esa misma pasión, encontraría algo de calma.

A quien engañaba no existía pasatiempo alguno que cambara lo que era: una bomba de relojería punto de estallar.

Era inestable, malditamente inestable y los cinco estaban al tanto. Joder se suponía que él era el alfa, el líder que guiaba los suyos en tiempos de necesidad, en vez de eso con cada día que pasaba una cierta desconfianza e inconformidad se iba apoderando lentamente de él sin que entendiera la causa o pudiera deshacerse de esos sentimientos indeseados.

Le disgustaba esa nueva faceta de su personalidad, la odiaba como estaba comenzando a odiarse. Le hacía sentir que cada día que pasaba se parecía más y más a su padre.

Dimitri fue buen líder… de una jauría masacrada.

Al paso que llevaban la decadencia que comenzó con su padre terminaría con ellos.

Levantó la mirada para observar su propio reflejo en el mugroso espejo en la pared.

El hombre al otro lado se burlaba de él –salve o gran líder- parecía querer decirle.

Si claro… un gran líder, un magnifico alfa- que ironía- que no podía encontrar un remedio para su propia falta de control o una salida para su frustración. Un simple cabrón indigno de guiar a nadie y a pesar de eso sus hombres lo seguían hasta llevarlos a la muerte.

En el fondo no era mejor que Dimitri Varek.

Algunas veces ni siquiera podía estar dentro de su propia piel, su frustración se sentía como un monstruo agitándose y creciendo dentro, alimentándose de sus temores e inseguridades, de sus recuerdos y pesadillas.

Sus ojos se fijaron en el insinuante vaivén de las caderas de una chica. Al sentir el poder de su mirada ella giró y le lanzó una insinuante mirada através de sus pestañas cargadas de rimel. Sin poder evitarlo Dragos sintió un leve y no bienvenido tirón de deseo tensar brevemente su ingle. En esos momentos existía un remedio que funcionaba aun cuando ya no con la misma eficacia se recordó.

Follarse a una mujer hasta perder la conciencia.

Claro que esa medicina era amarga. No le gustaba sentirse atraído por una humana, no le agradaban ni confiaba en ellas pero tenía más opción que recurrir a ellas de cuando en cuando.

Rascándose la barbilla distraídamente Dragos intentó recordar la última vez en la que había estado con una mujer.

Joder, no podía ubicar la fecha. ¿Un par de meses atrás? ¿o serían un par de años?…¿Quién llevaba la cuenta? Encogiéndose de hombros pensó que daba lo mismo a estas alturas. Se encontraba tan tenso, que necesitaba con urgencia una chica dispuesta que no hiciera preguntas ni esperara más que un buen revolcón.

Era seguro como el infierno que no descargaría toda su frustración pero por lo menos volvería a funcionar a un nivel aceptable. Aunque pensándolo bien tampoco le vendría mal descargar su mal temperamento de otra manera, podría sacarse la mierda de encima siguiendo el método humano de romperle la cara a quien fuera. Sin darse cuenta hizo crujir sus nudillos con un sonido semejante a una pequeña explosión en medio del silencio.

Luncan levantó la mirada desde la mesa para míralo duramente, le dio una chupada a su cigarrillo –Si vas a hacer ruido será mejor que te largues hermanito- gruñó. Enseguida volvió su atención a la bola ocho.

Dragos sonrió malévolamente. Una idea comenzó a formarse en su mente. Quien podría saberlo… a lo mejor conseguía un poco de esa acción que tanto necesitaba. Manteniéndose en silencio esperó a que Luncan preparara el taco cuidadosamente, siguió callado al verlo inclinarse sobre la mesa para medir el ángulo. Esperó un poco más. Cuando su hermano estuvo a punto de lanzar el golpe, Dragos hizo crujir de nuevo sus nudillos produciendo un horrible chasquido tan sonoro como el primero.

-joder – gruñó Luncan al ver como su tiro fallaba. La bola ocho dio un salto y salio despedida cayendo con un estrepitoso plop sobre el linóleo manchado del suelo y continuó rodando hasta la barra

– Tenías que hacerlo… ¿no es así?- le reclamó su hermano

Dragos sonrío levemente exponiendo sus colmillos en un gesto de intimidación. Su cuerpo se agitó ante la perspectiva de luchar.-vas a hacer algo al respecto- gruñó separándose de la pared y adoptando una apenas perceptible postura de combate. Una nube de odio helado llenó cada centímetro del lugar.

Los humanos más cercanos a ellos aun sin presenciar la discusión se agitaron nerviosos en una clara demostración de instinto de supervivencia o conciencia de hato.

Al instante los otros cuatro se tensaron, Ioan se adelantó un paso, olvidándose se su posible conquista, Ilie se enderezó al lado de Luncan presentando un frente común, incluso Mihai levantó la cara mostrando interés en algo por primera vez en la noche, y estiró la espalda aunque no se movió de su asiento.

- si jodido estúpido, voy a ignorarte- Luncan se plantó enfrentando a su hermano, durante un largo segundo ambos hombres se midieron hasta que Luncan sacudió la cabeza negativamente pero sin sumisión antes de ir por la bola.

¡No! rugió por dentro Dragos, necesitaba una pelea, una sensación de ligara picazón se extendió por su piel anunciando un cambio, las uñas de las manos surgieron y necesito de toda su fuerza de voluntad para calmarse, su hermano tenia razón estaba actuando por impulso y esa era la receta para ir directo al infierno.

¡Oh mierda!, de nuevo comportándose como un jodido imbecil…de nuevo. A quien trataba de engañar. Estaba perdiendo el control de la jauría. El monstruo de la desconfianza asomó su cabeza por encima de su hombro y Dragos tuvo que hacer un enorme esfuerzo para acorralarlo a un rincón de su mente.

Cuatro pares de ojos estaban fijos en él, Dragos recorrió uno a uno sus rostros buscando en ellos el reproche, dispuesto a desatar su furia sobre ellos. En vez de eso encontró preocupación.

No la merecía. No la quería. Lo que necesitaba ahora era que alguno de ellos¾o todos¾ le gritaran lo incompetente que era como alfa.

-Será mejor que te calmes viejo- dijo Ioan palmeándole el brazo- A menos que quieras comenzar el espectáculo de los fenómenos y terminemos por aparecer en las noticias de las cinco.

Dragos se quitó de encima la mano con un empujón que llevaba la fuerza suficiente para desencajarle el hombro a un humano. En esos momentos no soportaba que lo tocaran. Se apartó de ellos dándoles la espalda.

Ioan tenía toda la razón, estaban en un lugar publico, rodeados de humanos, cualquier error podría reportarles atención publica no deseada. Inhaló profundamente intentando calmarse. Sería mejor que se fuera o haría algo que los cinco lamentaría más tarde. No podía arriesgar la vida que habían conseguido en Boston por un instante de furia, bebió un último trago de la Corona y dejo la botella sobre el borde de la mesa con un violento golpe.

-Debo irme- masculló sacando un par de billetes de la cartera para lanzarlos con movimientos rígidos antes de salir tan rápido como le fue posible de O´sheas.

El frío de la calle le ayudo un poco a serenarse, aunque a penas fue capaz de percibir el cambio de temperatura.

De reojo observó a algunos clientes de O´Sheas buscando algo de acción con las prostitutas que daban largas caminatas por las aceras cercanas. El olor a perfume, licor barato y desesperación envolvía la calle.

Éste no era un buen lugar y sin embargo hacia juego con su estado de animó, Dragos se sentía en carne viva. Sin poder evitarlo hizo crujir los nudillos por tercera vez. Jugó con la idea de encontrar un callejón para despellejarse las manos o la cabeza-¿por que no?- contra los ladrillos.

Debía marcharse a casa. Encontraría algo que golpear algo hasta que le sangraran las manos. Dragos tomó una larga inhalación del aire frío y viciado y sacó las llaves de la Harley Davison aparcada en un rincón.

Antes de poder encender la maquina su aguda audición captó un débil sonido, lejano y tan tenue que los humanos no podían escucharlo. Cerró los ojos para concentrarse, dejando que sus oídos trabajaran.

Ahí estaba de nuevo… el agudo grito de una mujer joven.

Podría ser una buena idea investigar pensó Dragos, quizás si lo seguía podría encontrar una salida para su rabia, una válvula de escape. Intentando escapar de si mismo echó a andar por las calles desiertas sabiendo que sin importar que tanto corriera la bestia correría con él.