domingo, 24 de febrero de 2013

Derecho, revés.



Sentada en una mecedora, sin más compañía que coloridas bolas de lana, dos agujas y mucho tiempo, tejo  y me importa un comino lo que piensen los demás.
—Punto derecho.
Dicen que comencé esta afición por puro despecho, pero la verdad es que siempre había deseado hacerlo.
—Punto revés.
Mi madre cree que debería hacer otra cosa, cestería o cerámica tal vez. Mi suegra - quizás deba llamarla futura ex suegra - concuerda.
—Punto derecho.
A las dos se les ha ocurrido que de ese modo por lo menos tendremos una vajilla nueva en lugar de éste proyecto de manta que es cuento de nunca acabar.
—Punto revés.
Sin embargo yo encuentro relajante montar punto sobre punto.
—Punto derecho.
Ya que es lo único que monto, además cuando tejo no pienso.
—Punto revés.
¡Y menos en ese cabrón!
—Punto derecho.
 No me pregunto en dónde o peor aún, con quién esta.
—Punto revés.
Tejer me agrada.
—Punto derecho.
Así no extraño a ese hombre.
—Punto revés.
No desgasto mi tiempo en recuerdos.
—Punto derecho.
No pienso en su piel.
—Punto derecho.
O su aroma.
—Punto derecho.
Ni me da por idealizarlo en la cama.
—Punto derecho.
Y es que el desgraciado era bueno en ella.
—Punto derecho.
Más que bueno, maravilloso.
—Punto derecho.
Aguanta horas y además…
! Mierda!
¡Me equivoqué! ¡Y con lo que odio deshacer lo hecho! ¡Tres malditas horas desperdiciadas en nada!
Aunque eso no es lo peor, ni por mucho. Lo peor será cuando alguien entré a la habitación y pregunte en todo mesurado como quien le habla a una loca:
¿Qué tejes Penélope?
Malena Cid.





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